El País Ana Camarero

Son las 07.15 horas de la mañana de un martes y añado a mi calendario otro día más de confinamiento. Desde una de las ventanas del salón miro al resto de las casas del vecindario. Pese a la hora, un gran porcentaje de ellas tiene ya la luz encendida de alguno de sus dormitorios. En aquellas ventanas que tienen descorridas las cortinas, las luces blanquecinas que se desprenden de las pantallas de los ordenadores llaman mi atención. Frente a ellas, muchos hombres y mujeres trabajan aprovechando las horas de sueño de los más pequeños de la casa, conscientes de que, cuando se abran las puertas de sus dormitorios, será complicado, en ocasiones casi heroico, conciliar teletrabajo y cuidado.”(more)